viernes, 16 de marzo de 2012

Salta

En el camino a Salta, un viaje en bus de quince horas que realizamos de noche, empezamos a adentrarnos en un paisaje montañoso y muy muy verde. A veces nos sentíamos como en la Tierra Media… El amanecer extraía de los montes una niebla blanca que lentamente se unía con el cielo nuboso. Nubes y tiempo lluvioso que, por cierto, nos venían acompañando desde Buenos Aires y que ya empezaban a sobrepasarnos.








Salta es una ciudad pequeña y elegante escondida entre las montañas. Aunque la catedral parece un pastelito de crema, por fin empezábamos a sentirnos rodeados de “norte”. Las facciones de la cara de la gente empezaban a cambiar, ya se sentía una herencia genética mucho más indígena que en el resto de Argentina. 

En cambio, la diferencia cultural todavía no se notaba demasiado (si se notaba en algo, era sobretodo en las humitas y los tamales, deliciosos y presentes en cada esquina…. mmmh!!). Probablemente, el ejemplo que mejor ilustraba este "medio camino" entre nuestra cultura y la cultura salteña, lo encontramos en una muestra de pesebres navideños construidos con figurillas de barro de facciones y ropas indígenas...



 

 



Nos impactó especialmente la visita al Museo de Arqueología de Alta Montaña. Se narran las expediciones arqueológicas realizadas en algunos picos de los Andes (alrededor de 6000-7000 metros de altura) y se hace una aproximación bastante interesante a la cultura Inca y a los rituales de culto que se realizaban en las montañas del imperio Inca. Los restos arqueológicos incluían tejidos, zapatos (ushutas, ¡extrañamente parecidas a las ojotas de hoy!), peines, máscaras, juguetes… todos ellos conforman los ajuares de los tres niños del Llullaillaco, momificados y preservados a través de 500 años gracias a las condiciones atmosféricas de la alta montaña. Fueron ofrecidos a la Pachamama para trascender a una vida superior en contacto con el Sol y los antepasados, y traer fertilidad a la tierra y prosperidad al pueblo.

Después de la visita al museo, supimos que la llamada del monte seguía sonando. Ni siquiera subimos al teleférico, basta de ciudades...

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