Sus casas hechas con adobe y techos de cardón dan al pueblo un pintoresco paisaje. Aquí estuvimos dos días paseando. La verdad nos pareció todo un poco caro… Todo el comercio y en general casi toda la actividad económica, están volcadas al turismo. Lo más auténtico del pueblo lo descubrimos el día que decidimos levantarnos pronto; salimos a pasear y descubrimos cómo arrancan los motores en el mercado. Las calles tranquilas, sin turistas, lucían mucho más así.
Una cosa nos quedó clara: es de locos pasar
por la Quebrada de Humahuaca sin regalarse una tarde entera para
recorrer el camino que rodea el cerro de los siete colores. Es un
espectáculo natural absolutamente increíble. La luz del sol poniente
sobre las formas y colores de las montañas rocosas, el viento torrencial
que se levanta a media tarde y se pasea anárquicamente por los cuellos
que se forman entre los montes… si os gustan las sensaciones fuertes, no
os lo perdáis!
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