Apunarse: sufrir el mal de alturas. Dolor de cabeza, fatiga, falta de oxígeno, somnolencia, dolor muscular, diarrea, náuseas…
Nuestro cuerpo no está acostumbrado a la baja presión atmosférica ni a la falta de oxígeno. Aunque durante el viaje nunca subimos más de 1000 metros de altura por día (es lo que se recomienda para que el organismo tenga tiempo de adaptarse a los cambios atmosféricos), el llegar a la Quiaca, a 3400m, fue suficiente para que nuestro cuerpo empezara a sentir los efectos de la Puna. Para que os hagáis una idea, 3400m es la altura del pico más alto de los Pirineos, el Aneto.
La Quiaca es la última ciudad de Argentina tocando a Bolivia; al otro lado de la frontera está Villazón. Como era previsible, son ciudades más bien feas, fronterizas, llenas de argentinos del norte que sólo suben por un día a comprar mercancía de contrabando en Bolivia, y que luego descienden de nuevo para vender souvenirs en sus pueblos al doble de precio. En realidad nosotros sólo nos compramos unos pantalones de polar bien abrigaditos, porque el frío por las noches en la puna es bastante duro.
A pesar de todo, nos emocionamos viendo pintadas, carteles y cuadros de Evo Morales por todas partes. A menudo oíamos a las familias hablar entre ellas en un idioma distinto al castellano… supusimos que era quechua. Los trajes también eran distintos, llenos de colores y casi siempre con un sombrero negro. El pueblo estaba lleno de mujeres que cargaban fardos enormes de mercancía.
En Bolivia probamos muchas cosas nuevas para nosotros: el choclo con queso estaba bastante rico, y vale la pena decir que el choclo (maíz) en esta región no tiene NADA que ver con lo que conocemos. Hay mazorcas amarillas, blancas, rojas, violetas y negras. Y el sabor y la textura son incomparables a los del maíz transgénico. También probamos el api, una bebida caliente que toman los bolivianos para desayunar, y que se hace disolviendo harina de choclo morado, canela y limón en agua hirviendo.
Después de un día de puna y malestar, pasar la frontera de vuelta no fue nada sencillo. ¡Había una fila kilométrica de gente desesperada! Casi perdemos el colectivo que nos debía llevar de vuelta a Humahuaca; ya habíamos pagado el viaje, pero éramos los únicos viajeros extranjeros, así que la demora en la aduana nos hizo pasar un mal trago.
La última foto es en Humahuaca, después de una cena improvisada con David (nuestro Couch en Humahuaca) y otras tres couchsurfers francesas que estaban viajando por el norte de Argentina. La bandera que sostenemos es la bandera indígena, la bandera de la diversidad cultural.
David es una persona estupenda: es humilde, hospitalario, curioso, entregado. Nos encantó poder compartir con él las inquietudes, los objetivos y los valores que rigen nuestras vidas… ¡Esperamos poder verte de nuevo, sabes que tienes amigos en Capital y/o en España para cuando lo necesites! ¡¡Gracias por todo y hasta pronto!!
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