viernes, 6 de abril de 2012

XXIII Festival del Durazno, la Humita y el Folklore

Mientras estábamos en Tilcara coincidimos con el XXIII Festival del Durazno, de la Humita y del Folklore que se celebraba en Juella, a 15min en coche de Tilcara. Sólo por el nombre del encuentro ya supimos que no nos lo podíamos perder. Llegamos en una camioneta por un camino de tierra colapsado, pues todos los habitantes de la provincia querían asistir al Festival.


 


En el polideportivo del pueblo (¿¡aún nos cuesta entender cómo puede un pueblo tan pequeño tener un polideportivo!?) se celebraba la fiesta del pueblo, que consistía en un concierto de coplas de la región que duraba toda la tarde, una competición para determinar los duraznos más ricos de la cosecha del año, vino tinto del peor que os podais imaginar, y comida tradicional muy muy rica en grasas.




En el regreso a Tilcara la carretera estaba de nuevo colapsada, aunque esta vez no era sólo por los visitantes del festival sino por una manada de burros domésticos que regresaban a su establo por la misma carretera que nosotros.








miércoles, 4 de abril de 2012

Tilcara

Tilcara es uno de esos pueblos en los que uno se quedaría a vivir y pararía el tiempo: una pequeña ciudad con el suficiente ajetreo e intercambio cultural como para no resultar cerrada o aburrida, pero con una inercia propia que la mantiene en una órbita muy singular. La primera impresión llegando a la estación de buses fue como de repente aparecerse en el Far West, o en los años '30 tal vez. En cualquier caso, de repente estábamos en una película.



Lo primero que hicimos al llegar fue dejar las mochilas en el guardabolsos de la estación, un señor que muy amablemente nos timó en el precio del servicio. Decidimos no discutir y empezar a explorar el lugar. Las excursiones que se pueden hacer desde Tilcara (Pucará, jardín botánico, garganta del diablo) son todas increíbles. La única que nos quedó pendiente fue la famosa excursión de las cuevas, que se contrata en la oficina de turismo del pueblo. Nos cobraban 60 pesos por persona por hacer una excursion a pie de 5h, y nos pareció impagable en ese momento…





El Pucará es un lindo lugar, por las vistas infinitas, por los cactus enormes y sus esqueletos al descubierto, y por el hecho de poderse meter en la vida de un pueblo previo a la conquista y la masacre de la colonización.




Pasando la tarde allí, viendo la puesta de sol desde el punto más alto del monte, y paseando por el jardín botánico cuando ya lo habían cerrado… estábamos en sintonía con la tierra, con el aire, con el sol, con el tiempo y el espacio.




Paseando por el pueblo nos cruzamos con una pareja que nos sonaba familiar... resultó ser nuestro contacto de CouchSurfing, con quien teníamos planeado alojarnos el tiempo que pasáramos en Tilcara. Al final fue algo más que alojamiento... generosamente nos ofrecieron quedarnos en su casa unos días, pues andábamos mal de dinero y necesitábamos ahorrar en hospedaje para poder terminar el viaje.

Vivir con Carlos y Rochelle cinco días era una tentación irresistible para quedarse indefinidiamente. Despertarse por la mañana con el canto de los gallos, desayunar sin prisa, joder un rato con Tito y, antes de que empezara a apretar el calor, aprovechar para lavar la ropa en el patio trasero con el agua fresquita que tanto nos aliviaba en medio de esa tierra árida, ese aire caliente.



Bajarse al mercado a mediodía, y en medio del jaleo comprar verdura fresca y humitas tibias, subirse con las bolsas a casa (¡¡ahogo y sudor!!), y con tiempo y calma pelar tooooda la verdura para hervirla en un puchero… a las 16h ir a hacer alguna excursion, y volver a casa antes de cenar. Disfrutar del viento frío de la noche, mirar las estrellas, tomar licor de crema de limón con leche de cabra (no os hacéis una idea de lo rico que estaba), y dormir bajo las gruesas mantas de lana de llama.
Que la serenidad de esos días nos acompañe siempre…




 




Por último, tuvimos la suerte de coincidir en Tilcara con la celebración del Día de la Memoria, la Verdad y la Justicia. Pudimos oír el testimonio de los familiares de algunos desaparecidos durante la dictadura, y formar parte de la necesaria construcción de la memoria colectiva, esa memoria que en España no existe ni siquiera en forma embrionaria: no se menciona. Descubrimos lo mucho que el pueblo necesita apoyarse convocando eventos como éste, que afianzan los valores democráticos y devuelven al pueblo el poder de ser protagonistas de la Historia.


Que el trabajo perseverante de toda esa gente, que el coraje y el compromiso que asumen en sus vidas para luchar por la justicia, se nos contagien y empapen también nuestro día a día…

martes, 3 de abril de 2012

Iruya

Pasamos una hora y media MUERTOS DE FRIO haciendo auto stop para llegar a Iruya; el Sol justo empezaba a salir, y hasta que no dio de pleno en el camino, el frío lo tuvimos calado en los huesos.



Finalmente una camioneta paró y el conductor se ofreció a llevarnos. Qué personaje, madre. Nada más subir vi que tenía un ambientador con la bandera española, y con intención de mantener una conversación de acercamiento, le pregunté si tenía antepasados españoles. Gran error. “¿¡Qué!? ¡¡NO!! ¡¡Odio a los españoles, los salvajes esos que no dejaron un alma viva!!”, rugió mientras lanzaba por la ventana el ambientador. “¿Vos de dónde sos?”, me preguntó casi a gritos. Mierda, ¿qué le digo? “De Barcelona”, dije escurriendo el bulto. Intenté entonces conectar con él explicando lo mucho que me avergonzaba de la historia de nuestro pueblo. Tampoco sirvió, pues entonces empezó a despotricar de “los idiotas de los indios, que se dejaron matar, que en todos estos años no han aprendido nada, y que los pocos que sobrevivieron son tan feos que no valen nada”. No lo podía creer. Así que después de un par más de comentarios espontáneos fuera de lugar, decidí que era un racista y un machista y una persona muy poco interesante, por lo que dejé de lado la conversación socializadora y me puse a contemplar por la ventana el paisaje fascinante que nos rodeaba.


Mientras tanto Miguel, en la parte trasera de la camioneta, sufría por nuestras vidas. La carretera estrecha y pedregosa era justo del tamaño del vehículo, y a menudo asomaba la cabeza por un lado a comprobar que debajo de la rueda sólo había precipicio. Pronto dejó de asomarse, porque los baches de la carretera le hacían sentir que en cualquier momento podía salir disparado, y esa idea tampoco le emocionaba. Por suerte yo, desde adelante, estaba ocupada en la importante tarea de caerle bien al conductor, y no tuve tiempo de reparar en los riesgos que corríamos.

Después de la experiencia en Colanzulí, conocer Iruya nos pareció tal vez un poco descafeinado. Todo el mundo nos había dicho que era el pueblo más fascinante de la Quebrada, y probablemente lo era para los que no tuvieron la oportunidad de salir de la carretera. Para nosotros el pueblo más fascinante había sido Colanzulí, e Iruya era un pueblo bonito como tantos otros.
 

Rochelle y Carlos se quedaron sólo hasta el mediodía, nosotros nos fuimos por la tarde. Decidimos conocer el pueblo, pero Miguel estaba tan falto de oxígeno que cada cinco metros debía parar a tomar aire. Es una sensación angustiante, te hace sentir como en pleno ataque de asma o de ansiedad.

Agotados, nos metimos en un local, donde una mujer que conocía todas las hierbas medicinales habidas y por haber nos preparó a cada uno una infusión apta para tratar los diferentes síntomas que nos afectaban por la altura. Una maravilla, tanto la infusión como la sabiduría de la mujer.
 

Por último, también debo hacer referencia a una sensación algo fea que me transmitieron algunas personas que trabajaban de cara al turista. Por un lado, estaba aquello de cuando el autóctono mira por encima del hombro al “guiri”, pensando para sus adentros “no conoces nada de esta tierra” mientras le pregunta “es muy bonito, ¿verdad?” con cierta desgana. Yo he podido sentir lo mismo hacia los guiris en Barcelona. El problema es que a menudo nos contaban “antes esto era distinto, mucho más tranquilo, se cultivaba la tierra y vivíamos del ganado”, y se lamentaban de la invasión turista. Al mismo tiempo, todos andan como locos tirándose de los pelos por hacerse con un local en el pequeño pueblo para montar un negocio de hospedaje o de restauración para extranjeros (obviamente a precios inasequibles para los habitantes del pueblo). Bueno, sencillamente era una contradicción que nos hacía sentir mal. Por un lado, el hecho de que nos miren sólo como a unos guiris conformistas y superficiales del montón (yo también pensaba para mis adentros “no conoces nada de mí, tampoco te contaré la genuina curiosidad que he sentido por vuestra tierra y vuestra cultura”). Por otro, la falta de coherencia. Justamente hay muchos pueblos de la Quebrada que ni siquiera quieren que la carretera llegue hasta ellos porque entonces “se les va a llenar el pueblo de turistas, que no respetan nada y destrozan los cultivos”. Darle la espalda al turista me parece mucho más honesto y coherente que arrodillarse para servirlo mientras se le odia. Es el servilismo hipócrita lo que me mata, creo. También entiendo que se sientan algo obligados al servilismo en un lugar donde la gente vive con pocos recursos. Tal vez piensan que no tienen la fuerza para oponerse al rico, o tal vez simplemente no quieren hacerlo.

Nada más, habiendo compartido esto ya me quedo tranquila. Sólo decir que sí vale la pena visitar Iruya aunque no hayamos sido muy efusivos: que el pueblo es tan lindo como prometen, y que el viaje es cansado pero el paisaje es espectacular. Si podéis y os apetece, pasad una noche allí: así tendréis tiempo de ir andando hasta San Isidro, pueblo cercano al que no llega la carretera, razón por la cual está mucho más preservado.

Y rescatar que entre el conjunto de gente con la que tuvimos oportunidad de hablar, descubrimos personas transparentes y desprejuiciadas que nos robaron el corazón.